miércoles, 16 de octubre de 2013

Luciérnago

Supongo que para un fotógrafo, todo es cuestión de luces y sombras.
Es cuanto menos, curioso, que en un día particularmente oscuro como hoy, las luces del barrio hayan estado dos horas fuera de servicio. Desde el balcón, la calle sin iluminar por las farolas es tétrica. No me gusta estar solo en momentos de apagón. Ni en momentos oscuros.
Cuando por fin vuelve la electricidad, la luz de la cocina se empeña en hacerme esperar, tintinea, casi irónica, cerca de un par de minutos, para enseñarme el desastre que ha resultado de intentar encender una vela demasiado pequeña en un bote de cristal demasiado grande.
La luz de mi cuarto por fin es verde tras meses de búsqueda de la tulipa adecuada. Y redonda. Al encender la lámpara de mi mesita de noche, suena por casualidad un reloj de pulsera abandonado en el piso. Como un aviso de que llega la hora de quedarse a oscuras.
Iluminado por la pantalla de mi móvil, pienso en que mañana el día comenzará con un café bajo la luz rojiza que el sol deja pasar por las cortinas del salón, veré las plantas un poco más grandes, la oscuridad un poco menos oscura, que los apagones pasan... pero es que a veces, mañana parece estar a años luz. Y que Endesa me perdone.

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